Había una vez una mujer muy viejita que tenía un montón de ovillos de lana. Tenía muchísimos y, como no podía casi caminar ni hacer otra cosa, se la pasaba tejiendo.
Tejía y tejía, noche y día.
Tejía mantas. Muchas mantas. Como la señora ya estaba jubilada, se las daba a sus hijos, a sus nietos y a sus bisnietos.
Pero, ya había tejido muchísimas y ya no sabía qué hacer con tantas.
Pasaron días y días. La señora seguía tejiendo, pero no había pensando que hacer con sus mantas.
Entonces, los hijos le preguntaron, - ¿estás bien?-
-Sí- les respondió la madre.
Los nietos preguntaron -¿estás bien?-
-Sí- les contestó la abuela.
-¿Estás bien?- le preguntaron los bisnietos.
–Sí- les contestó la bisabuela.
Hasta que un día, siguió tejiendo manta tras manta y las metió en una bolsa.
Todos le preguntaron -¿Qué va a hacer abuela?
-Ya van a ver- les dijo ella.
Cuando ya había hecho un montonazo de mantas, salió a la calle y todos la siguieron.
La abuela fue repartiendo mantas, casa por casa, pero no en cualquier casa, sino en las casas más pobres.
Y así fue que, desde ese día, esta abuela tejió mantas para su barrio, después para su pueblo después para su provincia, después para su país y después para el mundo.
Así que, si un día ven a una viejita regalando mantas a los pobres, es esta señora
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